lunes, 7 de mayo de 2012

éste es un amor

Éste es un amor que tuvo su origen 
y en un principio no era sino un poco de miedo 
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto. 
Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como ángel y bandera, 
un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo, 
un amor que no tiene remedio, ni salvación,
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía. 
Éste es un amor rodeado de jardines y de luces 
y de la nieve de una montaña de febrero 
y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel 
y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe 
por qué llega el amor y luego las manos 
- esas terribles manos delgadas como el pensamiento - 
se entrelazan y un suave sudor de - otra vez - miedo, 
brilla como las perlas abandonadas 
y sigue brillando aun cuando el beso, los besos, 
los miles y millones de besos se parecen al fuego 
y se parecen a la derrota y al triunfo 
y a todo lo que parece poesía - y es poesía. 
Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos orígenes: 
vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos 
y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos 
y a lo ancho de los países 
y las distancias eran como inmensos océanos 
y tan breves como una sonrisa sin luz 
y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel llena de gracia 
y me sumergía en sus ojos en llamas 
y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado 
y entonces me olvidaba de mi nombre 
y del maldito nombre de las cosas y de las flores 
y quería gritar y gritarle al lado que la amaba 
y que yo ya no tenía corazón para amarla 
sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo 
y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la mano. 
Y yo veía que todo estaba en sus ojos - otra vez ese mar -, 
ese mal, esa peligrosa bondad, 
ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe 
y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los hombros,
hasta el alma y hasta los mustios labios. 
Ya lo saben sus ojos y ya lo sabe el espléndido metal de sus muslos, 
ya lo saben las fotografías y las calles 
y ya lo saben las palabras - y las palabras y las calles y las fotografías 
ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos 
y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos el alma 
y no llorar de amor. E.H.

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