Las cosas han empezado a cambiar, la sensación de la quién
soy, de la que hay adentro de mi, esta cambiada, alterada. Su estomago a la
deriva, en sube y baja.
De repente me he visto pensando distinto sobre una
situación, sobre la que en otro tiempo hubiera pensado de otra manera. No me
reconozco. Cambio de piel, me dijeron
hoy en una plática de chat, quesque
así sucede cuando se cierran ciclos. Como he escuchado esa expresión estos
últimos meses! desde fines del año pasado. Y creo que no la entiendo porque tal
vez no he cerrado nada, mi vórtice solo sigue creciendo, mis círculos no son
redondos, son espirales, son la banda de moebius, girando, rueda y rueda. Los
remolinos crecen y a veces es inevitable ser revolcada y arrastrada hasta los
abismos de la estoica razón. Quien quiera
azul celeste, que le cueste, dice el sabio refrán. Y en los últimos pasos,
más sesudos, más confiados, más sentidos, más vividos, el celeste nomás no ha
llegó. Cierre de ciclos, vaya.
Epitafios podría seguir mascullando, cuando este
apachurramiento que siento, se siente como andar sin vida, desalmada,
desangelada, descentrada. Un sentir otro, ya sin los escándalos de la
adolescencia, sin las tribulaciones corta las venas del bachillerato, sin la
desgarradora pasión del sin sabor y el sin sentido de la juventud más bravía;
el olor amargo del pesar y sus tormentos, camina junto a mí, sigiloso, y a cuenta
gotas, de repente me tortura.
Quién diría que el optimismo me ha abandonado, que el coco-wash
que elegí, en lugar de quedarme sola con mis desvaríos, con todos mis martirios
y ese enorme desconsuelo, el de los encuentros cósmicos y cerebrales; por el de los sabores terrenos del compartir, del
despertar todas las mañanas como si fuera un tiempo nuevo, un empezar con toda
la fuerza del entusiasmo y disfrutar del amanecer de todo los días, como si
fuera el alborada más esplendida que jamás hubiese visto antes. Quién diría que
el optimismo me abandonó, hoy por ejemplo, todo apesta.
Quién diría que disfrutar de los aromas que emanan del
néctar de las flores, es el más sublime de los estruendos del olfato; que el
caminar las avenidas tapizadas de flores púrpura de jacaranda es como danzar el
baile interminable sobre una alfombra voladora, magia. Que el escuchar los
trinos diversos, los cantos exóticos de las aves que visitan los alrededores de
mi jardín, o los que me acompañan por las tardes camino de regreso a casa, son
un oasis exclusivo y la montaña sonora más resplandeciente que abrazar. Hoy por
ejemplo, los desacredito.
Este desanimo no viene estruendoso y fugaz. Este, se
impregna, se adhiere lentamente a cada paso, por cada segundo, aprovecha mis
únicos suspiros; ahora experimentarlo es diferente, no, no me reconozco.
ahorita vengo
voy a dar un paseo
alrededor
de
mi
vida…
ya
vine
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